miércoles, 15 de agosto de 2012

Con Jesús uno se sentía bien siempre...


Soy el Hno. Pau Fornells Sala, Marista, y tengo 57 años. Actualmente estoy viviendo en Popayán (Colombia), pero soy natural de Celrà (Girona-España). Viví 14 años en Ecuador.

Conocí al P. Jesús en enero de 1998, cuando visité a mis hermanos maristas que acababan de instalarse en el Equipo Misionero Indígena del Km. 20 de la vía de Lago Agrio a Quito. En aquel momento, me sorprendió su jovialidad, cercanía y la alegría con que nos saludaba.

En mayo del 2000, fui destinado a trabajar en la Pastoral Indígena de Sucumbíos, donde permanecí hasta noviembre de 2005. Por tanto, tuve oportunidad de conocer muy de cerca la rica personalidad de Jesús. Nos encontrábamos todos los meses en los encuentros de los EPIS (Equipos de Pastoral Indígena de Isamis), también en otros encuentros de Isamis y la casa del EPI Centro, donde residían los Carmelitas de la Pastoral Indígena, era como nuestra casa, donde pernoctábamos muchas veces. También tuve la suerte de poder acompañar a Jesús en algunas entradas a las comunas shuar y kichwa.

Con Jesús uno se sentía bien siempre. Era muy alegre y continuamente te hacía sonreír con sus comentarios. Te contaba cantidad de historias de su vida, especialmente las relativas a su vida en Sucumbíos, el desarrollo de Isamis, sus vivencias en las comunidades indígenas, etc. A todos los misioneros nos gustaba entrar con Jesús a las comunidades. Creo que, sobre todo, porque su presencia nos inspiraba una gran seguridad en lo que íbamos a hacer. Jesús era un gran conversador y eso hacía que todo el mundo estuviera pendiente de lo que decía. Recuerdo que, especialmente, los niños eran muy sensibles a su presencia. Alguna vez yo le dije, riéndome de él, “Jesús, creo que te equivocaste de vocación, pues tendrías mucho éxito como hermano marista”. Se rió, agradeciéndome el halago, pero me dijo que se sentía muy feliz como carmelita y como sacerdote.

Si tuviera que escoger una frase de Jesús, escogería la que solía repetirnos con frecuencia cuando nos encontrábamos por esos caminos de Sucumbíos. “¡Que te atropelle la felicidad!”. Eso era lo que él irradiaba y eso era lo que trataba de transmitir a todos con palabras o sin palabras.

Yo estudié mi licenciatura en el Teresianum de Roma; por eso, me encantaba oírle hablar con tanto cariño de la congregación y especialmente de sus santos y santas. El me ayudó a descubrir más a San Juan de la Cruz y también a Santa Teresa, Santa Teresita, Edith Stein, etc. Jesús acompañó durante 5 años mi dirección espiritual y era mi confesor habitual. Fue una bendición de Dios para mí. Siempre sabía encontrar tiempo. Siempre sabía atinar en la ayuda precisa para calmar mi corazón atribulado o para levantarlo hacia cumbres de entrega, generosidad y alegría.

Solíamos hablar mucho de la Iglesia, de la Vida Consagrada, de Isamis, de los equipos misioneros... del presente y también de los sueños del futuro. Él entendía y animaba muy bien nuestra vocación exclusiva de hermanos en la Iglesia, cosa no muy frecuente en la Iglesia actual, y me decía que teníamos un aporte muy bonito que hacer, sobre todo desde nuestro modelo de fraternidad y no tanto por nuestra eficiencia educativa. De eso, hablábamos mucho.

Cuando fue destinado a Quito como Delegado de los Carmelitas en Ecuador, yo seguí viéndome con él para seguir mi dirección espiritual. Le encontraba a faltar, pero nuestros encuentros siempre volvieron a ser muy cálidos y productivos. Era una fiesta ir a su comunidad, ya fuera en Santa Teresita o en El Inca.

Jesús quería entrañablemente a sus hermanos y se preocupaba mucho por ellos. Podían discrepar en asuntos particulares de Isamis o de Iglesia, en general, pero uno notaba cómo los quería y se preocupaba de cada uno. Recuerdo mucho cómo sufrió cuando uno de sus hermanos, gran amigo suyo, se retiró de la congregación. Me dijo que había hecho lo imposible para animarle a seguir y cuánto le dolía la separación, pero que parecía que los caminos del Señor eran otros y los aceptaba. Nunca le oí una mala palabra contra nadie de sus hermanos; todo lo contrario, los defendía siempre aunque no comulgaran con sus ideas o su manera de concebir y hacer Iglesia. Era un gran conciliador.

Sufrió muchísimo, como todos, la situación producida en Isamis por las decisiones del Nuncio y del Vaticano. Pero nunca se le fue una palabra de más, aun luchando contra esas decisiones y manifestando su discordancia. Amaba extraordinaria-mente la Iglesia y eso le hacía sufrir mucho más.

¡Y cómo amaba la vida contemplativa! Doy fe de ello. Jesús era un contemplativo en la acción. No podía ser de otra manera. ¿De dónde salían sino esas palabras que nos llegaban al corazón, especialmente en la dirección espiritual?

Doy gracias a Dios, a su querida familia de carne y sangre, a la congregación carmelitana por la persona del P. Jesús María Arroyo: un regalo para muchísima gente, creyente y no creyente; un hombre de Dios enraizado en la vida, en la política, en lo concreto, con palabras especiales para cada uno (una) que se encontraba por la vida.

Descansa en paz, Jesús. Sabemos que vives para siempre y sigues caminando entre nosotros como la luz que siempre fuiste y la alegría de nuestro caminar. Ahora mismo me viene la frase de Jesús: “Venid a mí todos los cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Así fue Jesús para mí y para muchísimos que compartieron con él y que así me lo transmitieron.


Hno. Pau Fornells Sala, FMS

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