viernes, 17 de agosto de 2012

EN RECUERDO DEL HERMANO Y AMIGO JESÚS ARROYO


No podemos recordar a Jesús Arroyo solo. No podemos separarlo de sus hermanos carmelitas descalzos, nos resulta imposible verlo aislado, sin la referencia de la Iglesia San Miguel de Sucumbíos, de Mons. Gonzalo López Marañón y sin la cercanía de Pablo Gallego, Juan Berdonces, Juanito Cantero, José Setién, los sacerdotes diocesanos Edgar Pinos, Pablo Torres, Raúl Ushca, los religiosos y religiosas y los/as misioneros/as laicos/as Teresa Escuín, Cruz Félez, Magdalena, Teresa Toribio, Germán Senosiaín, los hermanos de las Comunidades para la Iglesia y el Mundo (COIM), los animadores/as, los ministerios laicales  y tantas otras personas que han ayudado en el caminar de ISAMIS.

Y es que en ISAMIS con Mons. Gonzalo López Marañón, los carmelitas descalzos, los sacerdotes diocesanos, los/as otros/as religiosos/as y laicos/as comprometidos/as hemos vivido un período en el que hemos sentido la promesa y nuestra pequeña realidad de lucha y esperanza. Con su entrega y ejemplo hemos entendido que el pastoreo es un servicio y no una imposición, que  no creían que evangelizar sea mandar y, mucho menos, dominar, sino "dar la vida por las ovejas" (Jn 10,11).      

¿Qué se puede escribir entonces en memoria del hermano y amigo Jesús Arroyo, sobre todo cuando aún no se termina de asimilar que ya no estará más con nosotros, cuando se le siente vivo y presente, cuando se espera que en cualquier momento regrese a continuar las conversaciones y las acciones que quedaron iniciadas y sin concluir?

¿Cómo expresar el afecto, la sinceridad, la acogida, la fe profunda,  la esperanza y confianza en Dios, el amor a Cristo y los hermanos, especialmente de Sucumbíos, que sentía y transmitía Jesús en sus palabras y acciones?

Ciertamente es difícil hacerlo y por ello nos limitaremos a dar un testimonio que, por ser subjetivo, no puede menos de ser parcial y limitado.

De Jesús recordamos su mirada profunda, sus manos grandes que se tendían con franqueza y amistad, su sonrisa clara que estallaba en carcajada en cualquier momento, su abrazo fraterno, su claridad de ideas, su calma que brotaba de una paz interior que ni las peores contrariedades podían turbar.

Misionero de a pie, de mochila, gorra y botas de caucho, caminante permanente del verde mar de la selva amazónica. La imagen de Jesús caminando por los barrios de Lago Agrio, por la selva en visita constante a las comunidades indígenas es el reflejo de su compromiso por los/as más pobres y olvidados y de su caminar junto a ellos/as.  

Sacerdote y carmelita de una sola pieza. Ahora que muchos sacerdotes tienen como principal preocupación el hacer presente su dignidad y autoridad sacerdotal, debemos decir que Jesús las ejercía sin estridencia ni aspavientos, de forma natural con la cercanía, el amor y el servicio a los hermanos que, a ejemplo del Buen Pastor, se esforzaba día a día por ser puerta de entrada y dar cabida a todas las personas. Nadie en Sucumbíos preguntaba  dónde estaba el hábito de Jesús, su persona era el hábito y el espíritu del Carmelo.

Queremos ahora recordar 4 imágenes de la vida de Jesús que nos completan su personalidad:
 
La espiritualidad y pastoral de Jesús Arroyo
Hemos tenido la suerte de escuchar algunas reflexiones y meditaciones de Jesús y, si como dice el evangelio, “de lo que hay en el corazón habla la boca”, Jesús tenía siempre cono referencia la Palabra de Dios, el Evangelio de Cristo como buena noticia para todas las personas y, de manera especial, para los más pobres.

Junto al Evangelio se reconocía la espiritualidad propia del Carmelo Descalzo, la Virgen del Carmen, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresita. No hay duda que la espiritualidad carmelitana era parte integrante de su ser.

¿Y en el campo pastoral? Su guía era el Concilio Vaticano II y los documentos de las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Con estas referencias fue uno de los principales impulsores de los sucesivos proyectos de  planificación pastoral  de ISAMIS, de una iglesia que siempre quiso caminar con dos pies: la fe vivida en las comunidades, en los movimientos, en los/as animadores/as y en los ministerios eclesiales y laicales y el compromiso social a través de las organizaciones populares.

Concebía una iglesia comunidad de comunidades, abierta, misionera y comprometida con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.     


Su presencia en las comunidades.
Con la sencillez del caminante, Jesús llegaba a nuestra comunidad para presidir una reunión o celebrar la eucaristía en honor de Nuestra Madre la Virgen del Cisne. De sus labios y boca brotaba la Palabra de Dios de forma clara y sencilla, como fuente de fe, esperanza y compromiso. Nos invitaba a acercarnos al altar a compartir el Cuerpo del Señor y a compartir la vida con sus alegrías y tristezas, a comprometernos en la lucha por una sociedad más justa y fraterna.

La liturgia viva, la reflexión comunitaria, la celebración festiva de los sacramentos, la fe en Cristo Resucitado y en la Mamita Virgen se hacían presentes en nuestras  vidas con la sencillez de niños que se sienten amados y acogidos por Dios.

No creía era necesario recurrir a trucos de  funambulista, parafernalia rimbombante u oropeles llamativos, para él la fe se debía expresar de forma cálida e íntima en el seno de la comunidad cristiana.

En la acción y compromiso social.
La acción social de ISAMIS y de Jesús es inseparable de su trabajo de evangelización. El apoyo a la creación y formación de organizaciones populares ha sido y es una de las acciones principales del vicariato. Los programas sociales de ISAMIS a favor de los/as niños/as y adolescentes sin hogar, en el campo de la educación, de la salud, del desarrollo sostenible, de los derechos humanos  eran parte constitutiva de la pastoral del Vicariato de Sucumbíos. Jesús sentía una especial cercanía con las organizaciones populares, con sus luchas, propuestas y reivindicaciones. 

Un hecho concreto:

El 12 de octubre de 1992 con motivo del aniversario de los 500 años de la invasión de América las comunidades indígenas de Sucumbíos decidieron bloquear las vías para impedir la circulación terrestre. Las mujeres de la Comuna Kichwa 5 de Agosto junto con sus hijos e hijas pequeños se posicionaron en las cercanías de Lago Agrio, poniendo, como mínimo obstáculo, unos pequeños palos. Un petrolero borracho arremetió contra la pequeña barricada y atropelló a las mujeres y sus niños/as, murieron 3 mujeres y 3 niños en el acto, pero las mujeres heridas y sus niños fueron 12, muchos/as de gravedad. Al recibir la noticia fuimos con Jesús al hospital donde vimos que no estaban recibiendo la atención requerida por la falta de medios y que muchas de las heridas merecían un tratamiento especializado que no era posible en Lago Agrio. Inmediatamente nos dirigimos al campamento de Petroecuador (Petroamazonas, en ese tiempo) y exigimos la venida del pequeño avión de la compañía estatal para trasladar a Quito a las personas más graves; a fuerza de insistir y de presionar a las autoridades, logramos que el avión sirviera de ambulancia aérea en esta emergencia para 8 personas. Lamentablemente en Quito falleció una joven mujer indígena más, pero el resto pudo salvarse. Y es que para Jesús la vida era la principal prioridad que debía defenderse por encima de todo.

Jesús y la resistencia ante el abuso de Los Heraldos
La llegada de los Heraldos del Evangelio supuso una ruptura violenta y agresiva contra lo que había sido la pastoral y la vida de ISAMIS. Los Heraldos del Evangelio eran un error y un horror. En Sucumbíos las personas de las comunidades y los que habíamos participado de la experiencia de ISAMIS no nos pudimos enseñar a sus modos y maneras, nos dolían enormemente sus ademanes rígidos, sectarios y prepotentes; no podíamos aguantar su talante para-militar, su lucimiento de capas, trono, cetro y corona, en vez de sandalias, amor, sudor y cayado. Nos dolían sus agresiones, calumnias y su afán por destruir todo lo edificado a lo largo de tantos años de lucha y esfuerzo. No era justo, no era evangélico, ni siquiera era aceptable  humanamente.

Desde Sucumbíos y, tras la expulsión de los carmelitas, desde Quito Jesús animó la resistencia ante esta agresión que, al final, fue reconocida como un error por la propia Conferencia Episcopal Ecuatoriana y el estado, que terminaron pidiendo a los Heraldos que se retiraran de Sucumbíos.

Para Jesús lo más importante era que las comunidades y las organizaciones populares siguieran vivas. En los momentos más duros que hemos vivido en el último año y medio Jesús nos decía: “Tenemos que seguir adelante, debemos seguir caminando, defender a ISAMIS es ser fieles al Señor, es un servicio a la Iglesia y al pueblo de Sucumbíos”.  Tenía muy claro que con la salida de Monseñor Gonzalo las cosas no iban a ser igual, pero siempre mantuvo la confianza en las comunidades, en los movimientos eclesiales y en las organizaciones populares y en su capacidad para continuar adelante.

Veía con gran esperanza el camino de reconciliación iniciado con el ayuno de Mons. Gonzalo y seguido con valentía por Mons. Paolo Mietto; creía que, a pesar de las dificultades, era posible recuperar la unidad, conciliando las diferencias en la construcción de una Iglesia Viva y Misionera.
  
Nuestro hermano y amigo Jesús Arroyo nos ha dejado, lo recordamos con la esperanza que nos viene del Jesús Vivo, del Padre Dios  y del Espíritu Vivificador.  Su vida ha sido un regalo del Señor y como tal agradecemos su amistad, testimonio y entrega, como un don que se dio hasta el final.

El P. Jesús vive ahora en Dios, en las comunidades y en las organizaciones, camina junto a nosotros y nosotras y, por eso, no  podemos detenernos. Nos ha dejado su mochila, su rosario y la Palabra del Señor, que eran su único equipaje para caminar por la selva en sus permanentes visitas a las comunidades indígenas, las campesinas, los barrios pobres, con las mujeres y los jóvenes; grupos de vida a las que tanto amaba. 

Nos llama e invita a recoger su mochila, a ponernos de nuevo las botas de caucho y con las únicas armas de la  Palabra de Dios, con la fe, la esperanza y el amor, seguir  el camino. Los que lo hemos conocido y amamos a la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos seguimos caminando con dolor por su pérdida, pero convencidos de que estamos construyendo el Reino de Dios.

Tenemos la seguridad de que el P. Jesús nos acompaña. 


Xabier Villaverde

No hay comentarios:

Publicar un comentario