Acabo de recibir la invitación de aportar testimonios sobre Jesús Arroyo.
Te mando el artículo que escribi en El Telégrafo este miércoles pasado 5 de julio.
Fraternalmente.
Pedro.
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Hay muertes que nos
duelen más que otras. En mi caso, siento mucho dolor por el fallecimiento de
Jesús Arroyo, sacerdote carmelita que acaba de fallecer en España después de un
accidente de tránsito. Había dedicado la mayor parte de su vida sacerdotal al
fortalecimiento de la Iglesia de Sucumbíos. “¡Qué buen obispo hubiera hecho
entre nosotros!· se comenta en Nueva Loja.
Jesús era primero un buen
amigo. Se identificó con los sufrimientos y los anhelos de la gente de Sucumbíos,
en particular de las 5 nacionalidades indígenas de la provincia. Nos se había
quedado en lamentos ni proclamas estériles, sino que ayudó a la gente a tomar
conciencia de las causas de su situación infrahumana: ¡la provincia la más rica
del Ecuador tiene el mayor grado de pobreza! Ayudaba a analizar estas
desgracias a la luz de las sabidurías ancestrales, del Evangelio y de los
Documentos eclesiales latinoamericanos. Esto había desembocado en muchas
organizaciones populares con propuestas alternativas tanto de vida personal y
familiar, como de vida social y eclesial.
En todo el país y más
allá de sus fronteras, se conocía el trabajo de ISAMIS, la Iglesia de San
Miguel de Sucumbíos, ejemplo latinoamericano de Iglesia de los Pobres
comprometida con las culturas, las mujeres, los jóvenes, los necesitados. Jesús
era uno de sus puntales, incansable, humilde y tenaz.
El nombramiento
atropellador de una congregación de tipo feudal y fascista no logró destruir el
trabajo pastoral de 40 años de los Carmelitas. Después de 6 meses de
destrucción sistemática de este trabajo pastoral a partir de los seglares y los
ministros reconocidos, 18 miembros de los Heraldos del Evangelio tuvieron que
salir de Sucumbíos por la puerta de atrás. El castigo vaticano no tardó en
llegar: también los Carmelitas debían abandonar inmediatamente Sucumbíos. Para
abogar por la reconciliación eclesial y social, monseñor Gonzalo López,
expulsado sin consideración de la diócesis, hizo una huelga de hambre de 3
semanas en Quito.
Hoy en Nueva Loja quedan
unos seguidores de los Heraldos animados por sacerdotes tradicionalistas y
ajenos a la realidad, regalados por varias diócesis cercanas al opus dei. Actualmente
un nuevo administrador episcopal busca una difícil reconciliación en el respeto
de la Iglesia de los Pobres que se construyó bajo el impulso de los Carmelitas
y de Jesús Arroyo en particular.
Los amigos se van -a
Dios, Jesús-, pero quedan las huellas que nos dejaron para continuar el camino
marcado.
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