No
podemos recordar a Jesús Arroyo solo. No podemos separarlo de sus hermanos
carmelitas descalzos, nos resulta imposible verlo aislado, sin la referencia de
la Iglesia San Miguel de Sucumbíos, de Mons. Gonzalo López Marañón y sin la
cercanía de Pablo Gallego, Juan Berdonces, Juanito Cantero, José Setién, los
sacerdotes diocesanos Edgar Pinos, Pablo Torres, Raúl Ushca, los religiosos y
religiosas y los/as misioneros/as laicos/as Teresa Escuín, Cruz Félez, Magdalena,
Teresa Toribio, Germán Senosiaín, los hermanos de las Comunidades para la
Iglesia y el Mundo (COIM), los animadores/as, los ministerios laicales y tantas otras personas que han ayudado en el
caminar de ISAMIS.
Y
es que en ISAMIS con Mons. Gonzalo López Marañón, los carmelitas descalzos, los
sacerdotes diocesanos, los/as otros/as religiosos/as y laicos/as
comprometidos/as hemos vivido un período en el que hemos sentido la promesa y
nuestra pequeña realidad de lucha y esperanza. Con su entrega y ejemplo hemos entendido
que el pastoreo es un servicio y no una imposición, que no creían que
evangelizar sea mandar y, mucho menos, dominar, sino "dar la vida por las ovejas" (Jn 10,11).
¿Qué
se puede escribir entonces en memoria del hermano y amigo Jesús Arroyo, sobre
todo cuando aún no se termina de asimilar que ya no estará más con nosotros,
cuando se le siente vivo y presente, cuando se espera que en cualquier momento
regrese a continuar las conversaciones y las acciones que quedaron iniciadas y
sin concluir?
¿Cómo
expresar el afecto, la sinceridad, la acogida, la fe profunda, la esperanza y confianza en Dios, el amor a
Cristo y los hermanos, especialmente de Sucumbíos, que sentía y transmitía
Jesús en sus palabras y acciones?
Ciertamente
es difícil hacerlo y por ello nos limitaremos a dar un testimonio que, por ser
subjetivo, no puede menos de ser parcial y limitado.
De
Jesús recordamos su mirada profunda, sus manos grandes que se tendían con
franqueza y amistad, su sonrisa clara que estallaba en carcajada en cualquier
momento, su abrazo fraterno, su claridad de ideas, su calma que brotaba de una
paz interior que ni las peores contrariedades podían turbar.
Misionero
de a pie, de mochila, gorra y botas de caucho, caminante permanente del verde
mar de la selva amazónica. La imagen de Jesús caminando por los barrios de Lago
Agrio, por la selva en visita constante a las comunidades indígenas es el
reflejo de su compromiso por los/as más pobres y olvidados y de su caminar
junto a ellos/as.
Sacerdote
y carmelita de una sola pieza. Ahora que muchos sacerdotes tienen como
principal preocupación el hacer presente su dignidad y autoridad sacerdotal,
debemos decir que Jesús las ejercía sin estridencia ni aspavientos, de forma
natural con la cercanía, el amor y el servicio a los hermanos que, a ejemplo
del Buen Pastor, se esforzaba día a día por ser puerta de entrada y dar cabida
a todas las personas. Nadie en Sucumbíos preguntaba dónde estaba el hábito de Jesús, su persona
era el hábito y el espíritu del Carmelo.
Queremos
ahora recordar 4 imágenes de la vida de Jesús que nos completan su personalidad:
La espiritualidad y pastoral de
Jesús Arroyo
Hemos
tenido la suerte de escuchar algunas reflexiones y meditaciones de Jesús y, si
como dice el evangelio, “de lo que hay en
el corazón habla la boca”, Jesús tenía siempre cono referencia la Palabra
de Dios, el Evangelio de Cristo como buena noticia para todas las personas y,
de manera especial, para los más pobres.
Junto
al Evangelio se reconocía la espiritualidad propia del Carmelo Descalzo, la
Virgen del Carmen, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresita.
No hay duda que la espiritualidad carmelitana era parte integrante de su ser.
¿Y
en el campo pastoral? Su guía era el Concilio Vaticano II y los documentos de
las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín, Puebla, Santo
Domingo y Aparecida. Con estas referencias fue uno de los principales
impulsores de los sucesivos proyectos de
planificación pastoral de ISAMIS,
de una iglesia que siempre quiso caminar con dos pies: la fe vivida en las
comunidades, en los movimientos, en los/as animadores/as y en los ministerios
eclesiales y laicales y el compromiso social a través de las organizaciones
populares.
Concebía
una iglesia comunidad de comunidades, abierta, misionera y comprometida con los
hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Su presencia en las comunidades.
Con
la sencillez del caminante, Jesús llegaba a nuestra comunidad para presidir una
reunión o celebrar la eucaristía en honor de Nuestra Madre la Virgen del Cisne.
De sus labios y boca brotaba la Palabra de Dios de forma clara y sencilla, como
fuente de fe, esperanza y compromiso. Nos invitaba a acercarnos al altar a
compartir el Cuerpo del Señor y a compartir la vida con sus alegrías y
tristezas, a comprometernos en la lucha por una sociedad más justa y fraterna.
La
liturgia viva, la reflexión comunitaria, la celebración festiva de los
sacramentos, la fe en Cristo Resucitado y en la Mamita Virgen se hacían
presentes en nuestras vidas con la
sencillez de niños que se sienten amados y acogidos por Dios.
No
creía era necesario recurrir a trucos de funambulista, parafernalia rimbombante u
oropeles llamativos, para él la fe se debía expresar de forma cálida e íntima
en el seno de la comunidad cristiana.
En la acción y compromiso social.
La
acción social de ISAMIS y de Jesús es inseparable de su trabajo de
evangelización. El apoyo a la creación y formación de organizaciones populares
ha sido y es una de las acciones principales del vicariato. Los programas
sociales de ISAMIS a favor de los/as niños/as y adolescentes sin hogar, en el
campo de la educación, de la salud, del desarrollo sostenible, de los derechos
humanos eran parte constitutiva de la
pastoral del Vicariato de Sucumbíos. Jesús sentía una especial cercanía con las
organizaciones populares, con sus luchas, propuestas y reivindicaciones.
Un
hecho concreto:
El
12 de octubre de 1992 con motivo del aniversario de los 500 años de la invasión
de América las comunidades indígenas de Sucumbíos decidieron bloquear las vías
para impedir la circulación terrestre. Las mujeres de la Comuna Kichwa 5 de
Agosto junto con sus hijos e hijas pequeños se posicionaron en las cercanías de
Lago Agrio, poniendo, como mínimo obstáculo, unos pequeños palos. Un petrolero
borracho arremetió contra la pequeña barricada y atropelló a las mujeres y sus
niños/as, murieron 3 mujeres y 3 niños en el acto, pero las mujeres heridas y
sus niños fueron 12, muchos/as de gravedad. Al recibir la noticia fuimos con
Jesús al hospital donde vimos que no estaban recibiendo la atención requerida
por la falta de medios y que muchas de las heridas merecían un tratamiento
especializado que no era posible en Lago Agrio. Inmediatamente nos dirigimos al
campamento de Petroecuador (Petroamazonas, en ese tiempo) y exigimos la venida
del pequeño avión de la compañía estatal para trasladar a Quito a las personas
más graves; a fuerza de insistir y de presionar a las autoridades, logramos que
el avión sirviera de ambulancia aérea en esta emergencia para 8 personas.
Lamentablemente en Quito falleció una joven mujer indígena más, pero el resto
pudo salvarse. Y es que para Jesús la vida era la principal prioridad que debía
defenderse por encima de todo.
Jesús y la resistencia ante el
abuso de Los Heraldos
La
llegada de los Heraldos del Evangelio supuso una ruptura violenta y agresiva
contra lo que había sido la pastoral y la vida de ISAMIS. Los Heraldos del
Evangelio eran un error y un horror. En Sucumbíos las personas de las
comunidades y los que habíamos participado de la experiencia de ISAMIS no nos pudimos enseñar a sus modos y maneras, nos dolían
enormemente sus ademanes rígidos, sectarios y prepotentes; no podíamos aguantar
su talante para-militar, su lucimiento de capas, trono, cetro y corona, en vez
de sandalias, amor, sudor y cayado. Nos dolían sus agresiones, calumnias y su
afán por destruir todo lo edificado a lo largo de tantos años de lucha y
esfuerzo. No era justo, no era evangélico, ni siquiera era aceptable humanamente.
Desde Sucumbíos y, tras la
expulsión de los carmelitas, desde Quito Jesús animó la resistencia ante esta
agresión que, al final, fue reconocida como un error por la propia Conferencia
Episcopal Ecuatoriana y el estado, que terminaron pidiendo a los Heraldos que
se retiraran de Sucumbíos.
Para Jesús lo más
importante era que las comunidades y las organizaciones populares siguieran vivas.
En los
momentos más duros que hemos vivido en el último año y medio Jesús nos decía: “Tenemos
que seguir adelante, debemos seguir caminando, defender a ISAMIS es ser fieles
al Señor, es un servicio a la Iglesia y al pueblo de Sucumbíos”. Tenía muy claro que con la salida de Monseñor
Gonzalo las cosas no iban a ser igual, pero siempre mantuvo la confianza en las
comunidades, en los movimientos eclesiales y en las organizaciones populares y
en su capacidad para continuar adelante.
Veía
con gran esperanza el camino de reconciliación iniciado con el ayuno de Mons.
Gonzalo y seguido con valentía por Mons. Paolo Mietto; creía que, a pesar de
las dificultades, era posible recuperar la unidad, conciliando las diferencias
en la construcción de una Iglesia Viva y Misionera.
Nuestro
hermano y amigo Jesús Arroyo nos ha dejado, lo recordamos con la esperanza que
nos viene del Jesús Vivo, del Padre Dios
y del Espíritu Vivificador. Su
vida ha sido un regalo del Señor y como tal agradecemos su amistad, testimonio
y entrega, como un don que se dio hasta el final.
El P. Jesús
vive ahora en Dios, en las comunidades y en las organizaciones, camina junto a
nosotros y nosotras y, por eso, no podemos detenernos. Nos ha dejado
su mochila, su rosario y la Palabra del Señor, que eran su único equipaje para
caminar por la selva en sus permanentes visitas a las comunidades indígenas,
las campesinas, los barrios pobres, con las mujeres y los jóvenes; grupos de
vida a las que tanto amaba.
Nos llama e
invita a recoger su mochila, a ponernos de nuevo las botas de caucho y con las
únicas armas de la Palabra de Dios, con la fe, la esperanza y el
amor, seguir el camino. Los que lo hemos conocido y amamos a la
Iglesia de San Miguel de Sucumbíos seguimos caminando con dolor por su pérdida,
pero convencidos de que estamos construyendo el Reino de Dios.
Tenemos la
seguridad de que el P. Jesús nos acompaña.
Xabier
Villaverde