Soy el Hno. Pau
Fornells Sala, Marista, y tengo 57 años. Actualmente estoy viviendo en Popayán
(Colombia), pero soy natural de Celrà (Girona-España). Viví 14 años en Ecuador.
Conocí al P. Jesús en
enero de 1998, cuando visité a mis hermanos maristas que acababan de instalarse
en el Equipo Misionero Indígena del Km. 20 de la vía de Lago Agrio a Quito. En
aquel momento, me sorprendió su jovialidad, cercanía y la alegría con que nos
saludaba.
En mayo del 2000, fui
destinado a trabajar en la Pastoral Indígena de Sucumbíos, donde permanecí
hasta noviembre de 2005. Por tanto, tuve oportunidad de conocer muy de cerca la
rica personalidad de Jesús. Nos encontrábamos todos los meses en los encuentros
de los EPIS (Equipos de Pastoral Indígena de Isamis), también en otros
encuentros de Isamis y la casa del EPI Centro, donde residían los Carmelitas de
la Pastoral Indígena, era como nuestra casa, donde pernoctábamos muchas veces.
También tuve la suerte de poder acompañar a Jesús en algunas entradas a las
comunas shuar y kichwa.
Con Jesús uno se
sentía bien siempre. Era muy alegre y continuamente te hacía sonreír con sus
comentarios. Te contaba cantidad de historias de su vida, especialmente las
relativas a su vida en Sucumbíos, el desarrollo de Isamis, sus vivencias en las
comunidades indígenas, etc. A todos los misioneros nos gustaba entrar con Jesús
a las comunidades. Creo que, sobre todo, porque su presencia nos inspiraba una
gran seguridad en lo que íbamos a hacer. Jesús era un gran conversador y eso
hacía que todo el mundo estuviera pendiente de lo que decía. Recuerdo que,
especialmente, los niños eran muy sensibles a su presencia. Alguna vez yo le
dije, riéndome de él, “Jesús, creo que te equivocaste de vocación, pues tendrías
mucho éxito como hermano marista”. Se rió, agradeciéndome el halago, pero me
dijo que se sentía muy feliz como carmelita y como sacerdote.
Si tuviera que
escoger una frase de Jesús, escogería la que solía repetirnos con frecuencia
cuando nos encontrábamos por esos caminos de Sucumbíos. “¡Que te atropelle la
felicidad!”. Eso era lo que él irradiaba y eso era lo que trataba de transmitir
a todos con palabras o sin palabras.
Yo estudié mi
licenciatura en el Teresianum de Roma; por eso, me encantaba oírle hablar con
tanto cariño de la congregación y especialmente de sus santos y santas. El me
ayudó a descubrir más a San Juan de la Cruz y también a Santa Teresa, Santa
Teresita, Edith Stein, etc. Jesús acompañó durante 5 años mi dirección
espiritual y era mi confesor habitual. Fue una bendición de Dios para mí.
Siempre sabía encontrar tiempo. Siempre sabía atinar en la ayuda precisa para
calmar mi corazón atribulado o para levantarlo hacia cumbres de entrega,
generosidad y alegría.
Solíamos hablar mucho
de la Iglesia, de la Vida Consagrada, de Isamis, de los equipos misioneros...
del presente y también de los sueños del futuro. Él entendía y animaba muy bien
nuestra vocación exclusiva de hermanos en la Iglesia, cosa no muy frecuente en
la Iglesia actual, y me decía que teníamos un aporte muy bonito que hacer,
sobre todo desde nuestro modelo de fraternidad y no tanto por nuestra
eficiencia educativa. De eso, hablábamos mucho.
Cuando fue destinado
a Quito como Delegado de los Carmelitas en Ecuador, yo seguí viéndome con él
para seguir mi dirección espiritual. Le encontraba a faltar, pero nuestros
encuentros siempre volvieron a ser muy cálidos y productivos. Era una fiesta ir
a su comunidad, ya fuera en Santa Teresita o en El Inca.
Jesús quería
entrañablemente a sus hermanos y se preocupaba mucho por ellos. Podían
discrepar en asuntos particulares de Isamis o de Iglesia, en general, pero uno
notaba cómo los quería y se preocupaba de cada uno. Recuerdo mucho cómo sufrió
cuando uno de sus hermanos, gran amigo suyo, se retiró de la congregación. Me
dijo que había hecho lo imposible para animarle a seguir y cuánto le dolía la
separación, pero que parecía que los caminos del Señor eran otros y los
aceptaba. Nunca le oí una mala palabra contra nadie de sus hermanos; todo lo
contrario, los defendía siempre aunque no comulgaran con sus ideas o su manera
de concebir y hacer Iglesia. Era un gran conciliador.
Sufrió muchísimo,
como todos, la situación producida en Isamis por las decisiones del Nuncio y
del Vaticano. Pero nunca se le fue una palabra de más, aun luchando contra esas
decisiones y manifestando su discordancia. Amaba extraordinaria-mente la
Iglesia y eso le hacía sufrir mucho más.
¡Y cómo amaba la vida
contemplativa! Doy fe de ello. Jesús era un contemplativo en la acción. No
podía ser de otra manera. ¿De dónde salían sino esas palabras que nos llegaban
al corazón, especialmente en la dirección espiritual?
Doy gracias a Dios, a
su querida familia de carne y sangre, a la congregación carmelitana por la
persona del P. Jesús María Arroyo: un regalo para muchísima gente, creyente y
no creyente; un hombre de Dios enraizado en la vida, en la política, en lo
concreto, con palabras especiales para cada uno (una) que se encontraba por la
vida.
Descansa en paz,
Jesús. Sabemos que vives para siempre y sigues caminando entre nosotros como la
luz que siempre fuiste y la alegría de nuestro caminar. Ahora mismo me viene la
frase de Jesús: “Venid a mí todos los cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.
Así fue Jesús para mí y para muchísimos que compartieron con él y que así me lo
transmitieron.
Hno. Pau Fornells
Sala, FMS
No hay comentarios:
Publicar un comentario